El sábado hicimos una fiesta en casa y Nelo se portó bien. Al principio, cuando vio tal profusión de bellezas biofemeninas quiso mostrar todas sus gracias: dio unos pases a la pelotita estilo Messi, persiguió a los gatos con apariencia de machote y cabrioleo un poco por el jardín haciéndose notar. Se llevó un par de regañinas y paró muy pronto. El episodio curioso llegó cuando una de las invitadas apareció blandiendo una guitarra. Nelo se puso a ladrar amenazante al tiempo que se retiraba conforme avanzaba el instrumento. No sabemos qué pudo hacerle reaccionar con tanta violencia y tanto temor, pero a mi me sugiere que esa reacción está relacionada con sus orígenes quillos. ¿No será que entre lolailo y lolailo le atizaban con la guitarra? Lo que le atemorizó fue el instrumento en sí, aquella pieza de madera con forma de mujer, no su sonido, ya que cuando Silvia Comas nos regaló un recital íntimo, espontaneo y entrañable, Nelo se acurrucó cerca de ella y la escuchó plácidamente; incluso llegó a dormirse (todavía no entiende la sencillez apoteósica de Gil de Biedma, pero todo llegará).
Ayer por la tarde tuvo un encuentro con una de sus madrinas-tietas. Como hacía más de un mes que no lo veía, lo encontró muy crecido: alto y grandote; y dijo que era muy gustoso de tocar, especialmente en la zona de las orejas. Iba limpio y bien aseado ya que antes de la fiesta había pasado por la peluquería. Cuando nos despedimos y cada una se fue por su lado, Nelo mostró su ansiedad por separación llorando y girándose continuamente para ver si la veía. Yo le estiraba del collar para que siguiera adelante y la gente nos miraba, a él con ternura y a mí con cierta desconfianza. Tuve que pararme a explicarle que la gente no puede estar siempre a su lado por muy gustosas que resulten sus orejas. No le convenció pero tuvo que acatarlo.
Por último, hemos decidido aplazar las sesiones con el psicólogo e intentar una terapia más de tipo doméstico, a ver si resulta.
Continuará (esperamos)
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