Nelo me ha hecho llorar y no me lo merezco (ya se lo he dicho, no creáis que no). La semana pasada cerramos una zona del patio para que no tuviera que quedarse atado cuando me voy. Se la saltó a la torera (o a la canina) y fue directo a destrozar el huerto. Ya no queda una alcachofa, una lechuga en su sitio; respetó las acelgas, algo es algo. Entiendo que no quiera quedarse solo, que le entre la angustia del abandono que ya sufrió una vez, pero yo estoy haciendo todo lo que está en mi mano (y en mi cuenta corriente) para ayudarlo. Con paciencia lo conseguiremos -me animo sin mucha esperanza-, las psicólogas dicen que el proceso es lento y él está avanzado en obediencia. Cierto, le dices "siéntate" y se siente, "dame la patita" y se tumba, pero no por desobediencia sino porque no le ve la utilidad. Le insisto:
-Un perro que da la patita es un perro simpático y eso te granjeará amistades. No hay nada más valioso en esta vida que la amistad. Una amiga no te falla y si lo hace, deja de serlo; no como la familia que lo es para toda la vida e incluso después de muerta, como el Cid campeador.
Me mira y en su mirada entiendo un mensaje muy claro:
-Yo quiero estar contigo -se la rechufla si soy amiga, amante o familia. Y añade, siempre con esa mirada suya tan elocuente-. No me dejes solo, porfa.
¿Cómo hacerle entender que siempre vuelvo?
(no sé si seguiremos informando, estoy empezando a desanimarme mucho)