jueves, 16 de agosto de 2012

La ciudad no es para él

Ahora ya es un chico hecho y derecho, con frecuentes problemas de piel que me obligan a tratarlo con Aloe Vera. Al principio, tal como veía el tubo de gel, se escondía debajo de la cama, pero conforme ha entendido que el acto en sí de extenderle el potingue es gustoso, viene sumiso, con la cabeza gacha y se deja hacer. Es muy mono, si se me permite el paréntesis amoroso, porque cuando acabo, me lame la mano no en señal de agradecimiento, sino para chupar el gel que ha quedado entre mis dedos y que le sabe rico.
Bien, a lo que íbamos, que ya es todo un hombrecito. Se queda solo en casa, dentro y fuera en el jardín, y en lugar de destrozarla como hacía al principio, ahora la guarda. A menudo, ladra como un Doberman cuando alguien pasa ante nuestra puerta o se oye un ruido anómalo. Lo único que tenemos todavía en trance de normalizar son sus visitas a la ciudad. Tanto barullo, tanto coche suelto, tanta gente... lo acojona (aunque no tenga desde chiquitín el elemento preciso para desarrollar esa desagradable emoción). Y tantos olores, tanto estímulo disperso lo descoloca muchísimo. Tengo que estar todo el tiempo diciéndole que camine a mi lado y vaya tranquilo. La ansiedad le puede. A cualquier objetivo le llega mucho antes el morro que las orejas, cuando en realidad no tiene objetivo alguno a parte de oler y levantar la patita para liberar la vejiga. En cuanto nos sentamos en la terraza de un bar, se sitúa debajo de la mesa hecho una rosquilla para protegerse y aguanta quieto parado hasta que nos vamos; de cuando en cuando me lanza una mirada suplicante en la que leo el ruego de que volvamos al hogar. Hace el camino de regreso al coche de la misma manera ansiosa, esta vez sí, queriendo llegar a algún sitio, el maletero, y huir de otro, la ciudad. Es un chico recio, sanote (alergias a parte), pero, de todas todas, pueblerino. De Italia y de parte de su tieta Elena, le he traído un arnesito rojo que le da un aire un poco mafioso, pero a él ya le va. Mi intención era ponérselo para ir a la urbe, a ver si así, uniformado, le da por caminar a mi lado a paso de pelotón de artillería (que no está una para tirones). Pero ahora resulta que no le gusta el rojo, que dice que no le queda bien, que parece un feriante, que le da mucha pluma y no sé cuantas quejas más. Y ahí lo tenéis, con los ojos cerrados que ni verse quiere el muy consentido. 

La frase del día: Donde hay pluma hay alegría
Fabulario Les. 

1 comentario:

ISA dijo...


Pues tiene toda la razón mi pobre Nelo: el rojo le sienta fatal.
De todas formas y no se por qué porque ahora no me acuerdo, mi veterinaria no es partidaria de esos arneses, dice que no son buenos para los perros, cuando la vea en septiembre le preguntaré con más detalle.